En el valle de Jezreel, al norte de Israel, se encuentra uno de los descubrimientos arqueológicos más significativos de los últimos tiempos: el mosaico de Megido. Este hallazgo, realizado en 2005, es más que una joya del pasado; es el piso de la iglesia cristiana más antigua conocida, fechada alrededor del año 230 d.C.

Megido no es un lugar cualquiera. Su nombre aparece una docena de veces en la Biblia hebrea como escenario de importantes eventos históricos y teológicos. Su mención más conocida en el Nuevo Testamento se encuentra en el libro de Apocalipsis:

«Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón» (Apocalipsis 16:16).

Esta referencia profética señala a Megido como el escenario de la batalla final entre las fuerzas divinas y las del mal, un evento que marcará el fin de los tiempos. A lo largo de la historia, Megido ha sido testigo de numerosos enfrentamientos, desde la victoria del faraón Tutmosis III en el siglo XV a.C. hasta enfrentamientos de la Primera Guerra Mundial. Estas guerras históricas refuerzan su simbolismo como un lugar de conflicto y transformación.

Sin embargo, el declive de Megido comenzó con la conquista asiria en el siglo VIII a.C., seguida de la dominación persa. Para la época de Alejandro Magno, Megido era poco más que un asentamiento abandonado, hasta que las excavaciones modernas desenterraron su rica historia.

El hallazgo

El descubrimiento del mosaico fue casi accidental. Durante la ampliación de la prisión de Megido, trabajadores encontraron indicios de estructuras subterráneas. Las excavaciones posteriores, lideradas por el arqueólogo Yotam Tepper de la Universidad de Tel Aviv, revelaron un mosaico de 54 metros cuadrados notablemente bien conservado, junto con monedas, cerámica y otras evidencias que lo sitúan en el período preniceno (antes del Concilio de Nicea en el 325 d.C.).

Este piso de mosaico no solo es una obra de arte, sino también un testimonio de las primeras comunidades cristianas. Los textos inscritos, las figuras geométricas y los símbolos de peces —usados por los primeros cristianos como señal de identidad— destacan la práctica de la comunión como el eje central de la adoración cristiana primitiva.

La riqueza del mosaico

El mosaico encontrado en Megido incluye inscripciones en griego antiguo que revelan detalles sobre los mecenas y la función del lugar.

Un Testimonio de Fe Primitiva

Una de las inscripciones más impactantes del mosaico de Megido es la de Akeptous, ubicada en el panel sur. El texto reza:

«Akeptous, amante de Dios, ofreció la mesa a Dios Jesucristo como memorial.»

Esta breve declaración encapsula la devoción de una mujer cristiana que, con sus propios recursos, financió la construcción de la mesa de adoración en honor a “Dios Jesucristo” (Φω ΙΥΧω), abreviaciones (por el temor de no tomar el nombre de Dios en vano) de a Dios y de Jesucristo en forma dativa. Más allá de ser un acto de generosidad, la inscripción es una prueba tangible de que las comunidades cristianas del siglo III d.C. ya afirmaban explícitamente la divinidad de Cristo.

Durante siglos, algunos críticos de la fe cristiana han sostenido que la idea de la divinidad de Jesús fue una construcción tardía, consolidada en el Concilio de Nicea (325 d.C.) bajo la influencia política del emperador Constantino. Según esta narrativa, el Concilio habría introducido la doctrina como un instrumento para unificar el imperio bajo una religión estatal. Sin embargo, evidencias como la inscripción de Akeptous contradicen esta afirmación, demostrando que las primeras comunidades cristianas ya adoraban a Jesús como Dios mucho antes de Nicea.

El texto de la inscripción es particularmente significativo porque utiliza la fórmula «Dios Jesucristo», un título que se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento, como en Tito 2:13:

«Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús.»

Asimismo, en Juan 1:1, se afirma la preexistencia y divinidad de Cristo:

«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.»

Esta evidencia arqueológica es un recordatorio poderoso de que el cristianismo temprano tenía una identidad doctrinal clara, mucho antes de la institucionalización de la Iglesia bajo Constantino.

La fe de los centuriones romanos

Una inscripción menciona a Gayano, un centurión romano que financió la construcción:

«Gayano, también llamado Porfirio, centurión, nuestro hermano y dignatario, hizo realizar este suelo de su propia cuenta como un acto de liberalidad. Brucio logró llevar a cabo el trabajo.»

La mesa eucarística como motivo central de comunión

La inscripción, dedicada a Akeptous, en donde se menciona a Jesucristo Dios, también nos muestra una característica doctrinal del cristianismo:

«Akeptous, amante de Dios, ofreció la mesa a Dios Jesucristo como memorial.»

Esta inscripción, con su referencia a una «mesa» eucarística, resalta la importancia de la comunión en la vida cristiana primitiva. La práctica de «partir el pan» (Hechos 2:46-47) no solo simbolizaba la unión con Cristo, sino también la centralidad de la comunidad en la fe. El hecho de que esta mesa estuviera en medio de la congregación, y no reservada al clero, sugiere una práctica más participativa y menos jerárquica que la liturgia posterior.

Mujeres en la Iglesia Primitiva: Un Legado de Fe y Servicio

Una de las inscripciones más reveladoras del panel sur del mosaico de Megido dice:

«Recuerden a Primilla, Cyriaca y Dorothea, y además a Chreste.»

Estas mujeres, mencionadas con nombre propio, son reconocidas como benefactoras de la comunidad cristiana primitiva. Su influencia pudo deberse a su fidelidad en la predicación del evangelio, sus generosos aportes económicos o, posiblemente, su martirio en defensa de la fe.

En el Nuevo Testamento, encontramos múltiples ejemplos que subrayan el papel vital de las mujeres en el desarrollo del cristianismo. En el evangelio de Lucas (8:1-3), se menciona a un grupo de mujeres que apoyaban el ministerio de Jesús:

«Después de esto, Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, proclamando y anunciando las buenas nuevas del reino de Dios; los doce estaban con Él, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de quien habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana, y muchas otras que de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos.»

El apóstol Pablo también destaca la labor de las mujeres en sus cartas, como en Filipenses 4:2-3, donde se refiere a Evodia y Síntique:

«Ruego a Evodia y a Síntique que vivan en armonía en el Señor. Sí, también te ruego a ti, fiel compañero, que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.»

Estos pasajes no solo revelan que las mujeres participaban activamente en la expansión del evangelio, sino que también asumían roles fundamentales dentro de la comunidad cristiana. Esto es especialmente notable en una sociedad grecorromana donde, en la mayoría de los casos, el papel de las mujeres estaba relegado a un segundo plano.

El hecho de que nombres como Primilla, Cyriaca, Dorothea y Chreste aparezcan grabados en un mosaico de una iglesia del siglo III d.C. refuerza esta evidencia. Su inclusión en este contexto refleja un reconocimiento público y duradero de su importancia en la comunidad de fe, ya sea como líderes, benefactoras o mártires.

En una época marcada por profundas desigualdades sociales, el cristianismo destacó por su inclusión de mujeres en roles de liderazgo y servicio, sentando las bases para un modelo de comunidad en el que todos eran iguales ante Dios (Gálatas 3:28). El mosaico de Megido, por tanto, no solo es una obra de arte antigua, sino también un testimonio tangible del lugar crucial que las mujeres ocuparon en los inicios de la Iglesia.

El Mosaico en el Museo de la Biblia

El director general del Museo de la Biblia, Carlos Campo, ha calificado este hallazgo como «el más importante desde los Rollos del Mar Muerto». Según Campo, el mosaico ofrece una ventana única al cristianismo primitivo, revelando dos aspectos esenciales de su adoración: la centralidad de la comunión y la sencillez del culto.

En contraste con las estructuras litúrgicas que surgirían en siglos posteriores, esta iglesia temprana carecía de altares elaborados o púlpitos prominentes. Su enfoque estaba en el partimiento del pan y el compartir de la palabra, un reflejo de la esencia comunitaria y participativa de la fe en sus comienzos.

Durante la inauguración de la exposición, Campo compartió su experiencia personal al observar el mosaico:

“Fuimos realmente de las primeras personas en verlo, en experimentar el suelo creado por un increíble artesano llamado Brutius hace unos 2.000 años”, expresó con entusiasmo.

Este mosaico, ahora exhibido en el Museo de la Biblia, no solo conecta a los visitantes con las raíces de la adoración cristiana, sino que también resalta la creatividad y devoción de los primeros creyentes, quienes plasmaron su fe en obras de arte que aún hoy inspiran a generaciones.

Un Testimonio de la Fe Cristiana y la Continuidad del Sacerdocio

El reciente descubrimiento del mosaico de Megido, actúa como un recordatorio tangible de las creencias fundamentales del cristianismo primitivo respecto a la divinidad de Cristo. Este hallazgo no solo resalta la centralidad de Jesucristo en la adoración cristiana desde sus inicios, sino que también nos invita a reflexionar sobre la continuidad del sacerdocio a lo largo de la historia de la Iglesia. A medida que se analizan las inscripciones y su significado, se evidencia cómo la creencia en el sacerdocio y la divinidad de Cristo han estado entrelazadas, desafiando las afirmaciones de la teología mormona sobre una supuesta apostasía total.

Según la teología mormona, el sacerdocio se perdió con la muerte de los apóstoles originales, lo que supuestamente condujo a una gran apostasía y a la necesidad de una restauración a través de José Smith en el siglo XIX. Sin embargo, esta interpretación se ve cuestionada cuando se confronta con las enseñanzas del Nuevo Testamento y la historia eclesiástica primitiva. Un claro ejemplo de esta continuidad es el apóstol Pablo, quien, aunque no formó parte del círculo original de los Doce, es reconocido como apóstol y autor de la mayoría de los textos del Nuevo Testamento. Pablo afirmó haber recibido su llamado directamente de Cristo resucitado (Gálatas 1:1), lo que lo posiciona como un sucesor legítimo en la misión apostólica.

Si se sostiene que el sacerdocio se perdió completamente tras la muerte de los apóstoles originales, surge la pregunta: ¿en qué momento exacto ocurrió esa supuesta pérdida? La realidad es que la transmisión del liderazgo y la ordenación de ancianos y obispos por parte de los apóstoles y sus discípulos directos, como Timoteo y Tito, refuerza la noción de una continuidad ininterrumpida del ministerio sacerdotal.

Es indiscutible que José Smith estableció un modelo sacerdotal en el mormonismo que ha tenido un impacto significativo en sus seguidores. Sin embargo, esta creación no invalida la existencia histórica del sacerdocio en las iglesias que se consideran herederas de la tradición apostólica. La continuidad histórica de este ministerio, que ha perdurado en las iglesias católica, ortodoxa y otras tradiciones cristianas, evidencia que el sacerdocio no ha desaparecido, sino que se ha adaptado y evolucionado en respuesta a las circunstancias de la Iglesia primitiva y a la guía del Espíritu Santo.

Este diálogo sobre el sacerdocio no solo invita a una reflexión más profunda sobre su significado, sino que también nos lleva a considerar cómo cada tradición cristiana lo comprende y lo vive en la actualidad. Por ejemplo, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha modificado algunas de sus creencias iniciales a lo largo de los últimos 200 años. Aunque esta iglesia también se centra en la figura de Jesucristo, su forma de pastorear a sus creyentes depende en gran medida de lo que el actual líder (presidente y profeta) dicte en cada momento, incluso si sus enseñanzas son contrarias a las de sus predecesores.

Esta flexibilidad en la interpretación y práctica del sacerdocio dentro del mormonismo contrasta con la noción de una continuidad ininterrumpida en las tradiciones cristianas más antiguas. La historia del sacerdocio, por lo tanto, es un tema complejo que invita a una discusión más amplia sobre la naturaleza de la revelación, la autoridad y la tradición en el cristianismo contemporáneo. En última instancia, estas reflexiones pueden ayudar a los creyentes a profundizar su comprensión de cómo se manifiestan y viven las enseñanzas de Cristo en diversas comunidades de fe.