La reciente controversia en torno a la designación de Elon Musk como jefe del nuevo Departamento de Eficiencia de Gobierno de Estados Unidos (DOGE), bajo la administración de Donal Trump, parece ser una historia sacada del manual contemporáneo sobre poder, influencia y tensiones mediáticas. La decisión de darle a Musk las riendas de un departamento destinado a reducir el gasto y optimizar el uso de recursos federales ha sido recibida con una mezcla de escepticismo y alarma, especialmente en ciertos círculos mediáticos, como CNN. ¿Qué hay detrás de esta reacción?

Es esencial analizar los motivos detrás de estas críticas, que no se limitan únicamente a la política. La relación entre el poder gubernamental y las grandes corporaciones en Estados Unidos es bien conocida; el entramado de intereses entre corporaciones y esferas políticas significa que cualquier intento de redirigir el gasto público puede provocar respuestas directas e incluso agresivas. El dinero del gobierno no solo financia servicios básicos o programas sociales, sino que también impulsa proyectos que benefician a grandes empresas, desde el sector de defensa hasta el tecnológico. La crítica de CNN hacia Musk, que lo desestima como un «animador» incapaz de liderar este departamento federal, sugiere que esta reestructuración amenaza intereses establecidos. ¿Acaso Carolina Herrera no reconoció que no sabía coser y, aun así, construyó un imperio en la moda?

Elon Musk no es ajeno al gasto público. Empresas como SpaceX se han beneficiado de contratos multimillonarios con el gobierno, lo cual no ha sido motivo de mayor crítica cuando el destino ha sido la investigación y desarrollo de la industria espacial. Sin embargo, en esta nueva función en el DOGE, se prevé que Musk vaya más allá de su rol de innovador. Ahora, su tarea es cuestionar el gasto que no genere un beneficio concreto para los ciudadanos y para el país, algo que podría incomodar a ciertas corporaciones que han dependido históricamente de fondos públicos sin dar mayores resultados.

Estas críticas mediáticas a Elon Musk deberían inspirarnos a comparar con otras críticas similares en los medios hacia figuras que desafían paradigmas sociales, ya sean líderes de proyectos, gobernantes, jefes de departamento o incluso el jefe de nuestro propio trabajo. Este ejercicio nos invita a medir nuestras palabras y a preguntarnos cuánto de la resistencia al cambio proviene del temor a perder privilegios o zonas de confort. Para el verdadero cristiano, no se trata de aferrarse al statu quo, sino de adaptarse al cambio, reconociendo en cada situación la oportunidad de ver la voluntad de Dios en acción. Cuando una circunstancia nos exige más de lo que consideramos cómodo o seguro, puede ser precisamente la oportunidad que Dios nos presenta para crecer, fortaleciéndonos como seres humanos. Solo a través de estos desafíos es que alcanzamos el cambio significativo.

Consideremos también cómo las críticas que se nos hacen a los mormones —por nuestra creencia en el potencial divino que tenemos los seres humanos— están alineadas con el crecimiento en virtud que nos pide el Evangelio. Así como María respondió con un «sí» al plan de Dios para traer al Salvador al mundo, y como resultado fue honrada en los cielos, nuestro propio «sí» a las demandas de la vida puede llevarnos a progresar hacia una exaltación espiritual. Esa posibilidad de responder al cambio con fe y acción es, para nosotros, una forma de vivir esa promesa de potencial divino que vemos en cada día y en cada reto. Controlar nuestras críticas, cuestionar nuestras propias resistencias y responder a las oportunidades con un espíritu de fe y humildad reflejan ese avance espiritual que todos necesitamos para acercarnos al ideal de Dios para nosotros.